Desde que John Milton publicó su Paraíso Perdido, tratado en el cual intentaba llevar un poco de luz a la humanidad acerca de la revuelta angélica acaecida en los inicios de la raza humana, han sido muchos los que luego han hecho correr ríos de tinta sobre este tema tan escabroso, espeluznante y teológico.
Muchos tratadistas han intentado llegar al fondo de la cruda realidad que cambió radicalmente la naturaleza angélica de la humanidad, convirtiendo a esta última en un caos del que difícilmente ha podido recuperarse. Para nadie es un secreto que muchos han sido los Enviados, los Avataras, los Profetas, Iluminados, Místicos, Ascetas, etc., etc., etc., que han centrado sus esfuerzos para tratar de arrancar el estigma maldito que laceró la naturaleza anímica de la progenie humana, arrojándola hacia la lubricidad luciférica y creando, de este modo, la antítesis de la Luz en los ámbitos de la vida material y espiritual de las gentes.
Incuestionablemente que ha sido la Gnosis o el Gnosticismo quien ha podido dar una respuesta eficaz a esta tragedia, gracias a los esfuerzos
de Titanes esotéricos como ha sido el caso del V.M. Samael Aun Weor, quien mediante su cuerpo de doctrina ha entregado a este hormiguero humano las claves para contrarrestar las corrientes del mal en todas sus formas.
El autor de la presente obra, el V.M. Kwen Khan, discípulo del Titán antes mencionado y continuador del mensaje samaeliano, se ha adentrado también en estos laberintos demonológicos, y lo ha hecho para traernos aún más información acerca del modus operandi de las Tinieblas a nivel anímico y en el territorio tridimensional.
Muy poco saben las gentes, en verdad, sobre la imaginería de los espíritus caídos o demonios del averno. Tampoco saben las masas nada acerca de la constante presencia que estos seres obscuros mantienen sobre la sociedad humana, llegando a estar, en nuestros días, como regentes de muchísimos de los actos que se cometen en los diferentes estratos del mundo de hoy. Según el mundo indostánico y según la Gnosis eterna, nos encontramos hoy mismo en medio del rigor de la llamada Edad Negra o Kali-Yuga. Esta edad se caracteriza, teológicamente hablando, por la ausencia de principios divinos y una falta de ética total, todo lo cual convierte nuestra vida cotidiana en una pesadilla constante de la cual nadie sabe cómo despertar.
El autor no solo retrata gnósticamente el fenómeno de la demonología, sino que asimismo ofrece soluciones radicales a la embestida brutal de los poderes tenebrosos, para de este modo renovar la esperanza en el corazón humano sobre la posible Liberación de las almas ansiosas por regresar a su lugar de origen.
LUX IN TENEBRIS LUCEM.
–La luz resplandece en las tinieblas–.