Memorias de un Sacerdote Tebano
Memorias de un sacerdote tebano

Si llegó a existir una civilización capaz de saber guardar, en el más profundo silencio y hermetismo, el conocimiento sagrado, esa civilización recibió el nombre de Egipto o país asoleado de Kem –lugar de los hombres morenos–. Allí se cultivó un saber hermético cuyo precursor, justamente, fue llamado para la posteridad Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot…

Nunca fue fácil el acceso a los Misterios de Osiris, patrono de la teología egipcia. Los griegos que bebieron de la fuente de aquella sapiencia, todos aludieron a dichos conocimientos como impresionantes, únicos, trascendentales, transformadores y de una profundidad incalculable. Así lo dejaron escrito grandes filósofos como Platón, Anaxágoras, Plutarco, Solón, Tales de Mileto, e historiadores como Herodoto, Estrabón, etc., etc., etc.


Lo cierto es que EGIPTO fue la cuna de muchísimas artes y ciencias de las que se aprovecharon otros grupos humanos como los romanos, los persas, los mesopotámicos y, por qué no decirlo, hasta los indios con su cosmogonía indostánica.

Aún en nuestros llamados «días de modernidad», las construcciones pétreas de aquel pueblo que creció a orillas del Nilo siguen siendo un misterio para nuestros hombres de ciencia. Ellos, los egipcios, dotaron a sus estructuras arquitectónicas de eso que llamamos hoy solemnidad, carácter hierático y monumentalidad.

Los osados Adeptos que se atrevieron a buscar los Campos Elíseos de Osiris necesitaron arriesgar sus vidas mismas para alcanzar semejantes metas, como lo es la eternidad, entre otras. El sacerdocio osiríaco era entonces extremadamente exigente para con sus postulantes, tal como se puede observar en los códigos de conducta ética y de fervor místico recogidos en la CONFESIÓN DEL PAPIRO NU y en esa otra llamada CONFESIÓN DEL PAPIRO LEIDEN.
Lee, pues, caro lector, estas páginas, no solamente con el apoyo de tu intelecto, sino además con la emoción de tu corazón…..

Oremus…

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