Espiritualismo y materialismo

No podemos negar que hay dos corrientes en el mundo que luchan a muerte por la supremacía. En primer lugar, tenemos la corriente espiritualista, formada por todas las religiones, escuelas y creencias. Por otra parte, tenemos nosotros la corriente materialista, con su dialéctica, etc.

La corriente espiritualista piensa que ella, absolutamente ella, tiene la verdad. La corriente materialista, ateísta, supone que también tiene la verdad. La corriente espiritualista rinde culto al Dios-Espíritu, no importa qué nombre se le dé: Alá, Brahma, Dios, etc. La corriente materialista rinde culto al Dios-Materia, no importa también el nombre que se le dé.

Son dos corrientes: la espiritualista se fundamenta en sus creencias, aunque también tiene su dialéctica; la materialista se fundamenta en sus creencias, y no podemos negar que también tiene su dialéctica.

Mucha gente ha estudiado la dialéctica materialista de Carlos Marx. Obviamente, los científicos materialistas suponen que conocen la materia definitivamente. Que tienen sus pontífices, ¡sí, los tienen! La corriente espiritualista también tiene sus pontífices y creen que conocen el Espíritu totalmente. Son dos corrientes que están luchando a muerte por la supremacía.

De lado y lado, hay gentes honradas; de lado y lado –sea a la derecha, sea a la izquierda– existen personas juiciosas que estudian o que creen, etc., pero sinceras. Si algunos están equivocados, pues no tienen la culpa; sinceros equivocados y eso es todo, ya sean estos de la derecha o de la izquierda.

Realmente, eso que vemos nosotros como materia no es más que una cristalización de la substancia homogénea original, primitiva, divinal.

La Tierra, como substancia, estuvo depositada entre el Caos profundo hace millones de años. Era una substancia informe, una especie de semilla, un germen cósmico dentro del cual estaba contenido todo lo que actualmente ustedes ven a su alrededor. Esa substancia era purísima, inefable, homogénea.

Ese germen, a semejanza de los gérmenes de los árboles, contendrá en sí mismo todas las posibilidades de vida. A tal germen, los grandes sabios de la época medieval le llamaron claramente el «Iliaster».

Vieron entonces los sabios que, en el amanecer de la vida, el fuego creador hizo fecundo el Iliaster de este planeta Tierra, y que entonces esa substancia homogénea, virginal, purísima, inefable, comenzó a diferenciarse en polos opuestos, positivo y negativo.

Y sucedió que, a través de eternidades espantosas, esa substancia se fue diferenciando aún más en sus polos positivo y negativo hasta tomar, por último, la forma densa, material, física que actualmente tiene. Pero aún conserva sus dos polos, positivo y negativo. El positivo es eso que se llama Espíritu; el negativo es eso que se llama materia.

Así que los de la derecha se han afiliado al polo positivo de la vida, de la substancia, y los de la izquierda se han afiliado al polo negativo de esa substancia que se llama materia. ¿Cuál de los dos tendría la razón? Los de la derecha dicen que ellos; los de la izquierda, que ellos. ¿Cuál?

En realidad de verdad, la razón está en la síntesis, porque solo por medio de la síntesis se pueden reconciliar los opuestos. Esto es axiomático en materia de filosofía, esto es exacto en cuestiones de lógica.

Estamos en estos momentos en el umbral de una revolución cultural total. Las dos corrientes tendrán que integrarse, unirse, porque de nada sirve que nos identifiquemos con un solo polo de la vida. La vida tiene dos polos: el positivo y el negativo. Es urgente que nosotros nos liberemos de esa identificación y que aprendamos a ver las cosas integralmente, como materia y como Espíritu.

Empecemos por el átomo. En el átomo se realiza el encuentro total entre los dos polos, positivo y negativo. Los físicos atómicos investigan a fondo los electrones, los protones, etc.

Pero los esoteristas, los amantes del saber espiritual, los parapsicólogos, etc., investigan dentro del mismo átomo las cargas eléctricas, los «Ashim» –nombre extraño para ustedes– .

Ciertamente, dentro del átomo existen los «Ashim». Y ¿qué son los «Ashim»? Los hebreos nos lo explican claramente: partículas ígneas invisibles a simple vista para los cinco sentidos, pero perceptibles con un sexto sentido.

Estas almas ígneas o partículas ígneas, inherentes a cada átomo, están contenidas en la estructura atómica; son las inteligencias que mantienen a los átomos en órbita alrededor de su centro nuclear dentro de la molécula.

En cada átomo existe una partícula consciente de la naturaleza y del cosmos, una partícula ígnea.

El Ashim es, dijéramos, positivo; es la partícula ígnea que forma la Conciencia en la materia, puesto que se ha investigado y se sabe ya que en la materia también hay Conciencia.

La estructura atómica es la parte material en sí misma. Si el Ashim abandona al átomo, el átomo queda muerto, se desintegra; y viceversa, si la materia no tuviera el Ashim, no podría existir.

Así pues, el Ashim es la parte positiva en el átomo y la estructura atómica es la parte negativa del átomo; ahí están los dos polos, positivo y negativo.

Así que la materia, en última síntesis, no es más que una substancia homogénea desconocida para los físicos, totalmente desconocida.

Debemos entrar en un espiritualismo científico y en una ciencia espiritual; hay necesidad de dejar a un lado el dualismo conceptual.

La verdad no se resuelve con la lucha de los contrarios. Solo mediante la síntesis podemos en verdad resolver el problema de los opuestos.

Ha llegado la hora de entender que la lucha entre espiritualistas y materialistas se fundamenta en la ignorancia, porque el espiritualismo es tan solo el polo positivo de esa substancia llamada Tierra, y el materialismo es el otro polo, el polo negativo. Pero la verdad no está en el polo positivo ni en el negativo, sino en la síntesis.

Por eso nosotros, los gnósticos, abogamos por un monismo trascendental. Llegamos a la conclusión de que lo que importa es la substancia universal, y que esa substancia llamada «Tierra» o «materia», o como la queramos denominar, en última síntesis, es algo homogéneo, puro, espiritual y terriblemente divinal.

Obviamente, pues, la verdad no está ni en el espiritualismo ni en el materialismo. ¿Dónde la debemos buscar? ¿En cualquiera de los dos polos? ¡No! Debemos ir a la síntesis, debemos buscar la verdad dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.

El Quinto Evangelio, cap. «Espiritualismo, materialismo y síntesis conceptual»,
Samael Aun Weor

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