Emblemas Rosacruces de Daniel Cramer -develados-
Emblemas rosacruces de Daniel Cramer -develados-

Buscar, buscar y rebuscar el famoso secreto secretorum de los llamados Alquimistas Medievales ha sido siempre un reto al que han querido enfrentarse muchos investigadores no solo dedicados a la ciencia, sino también, a la filosofía, la psicología e inclusive a la teología. La literatura ha hecho, asimismo, sus especulaciones en este tema, empero, al final de todo la Alquimia siguió siendo una incógnita durante siglos… Fue con la llegada de las obras escritas por el muy venerable Padre de la Gnosis contemporánea: V.M. Samael Aun Weor, cuando nuestra humanidad conoció y comprendió el continente y el contenido de esta ciencia mística y misteriosa, que tiene por fundamento central de sus principios la verdadera regeneración del hombre.

Muchas han sido las personas que han pretendido burlarse de este conocimiento llamado, por otra parte, Ars Magna, debido a que para llevarlo a cabo se requiere tener alma de artista, pues como bien lo dijera en su tiempo el célebre Hermes Trismegisto en su Tabla Esmeraldina: «Separarás lo sutil de lo espeso con gran industria, y harás coincidir lo de arriba con lo de abajo, repetirás esto tres veces y finalmente hallarás la Piedra Filosofal». De lo cual se deduce que no es, por tanto, caro lector, la Alquimia una ciencia apta para todo el mundo, aunque nunca ella ha querido presentarse de manera exclusivista. Empero, este conocimiento sí que exige del estudioso y practicante del mismo, una vocación nata que lo impulse hacia la Verdad cueste lo que cueste.

Gentes como el honorable psiquiatra suizo Carl Gustav Jung llegaron a sentirse atraídos por esta mágica enseñanza y, en el caso de este estudioso de la psiquis humana, logró llegar a darse cuenta de que estos postulados tenían un fondo antiquísimo y real que permite llegar al hombre de nuestros días a la verdadera individualización…

Om Tat Sat

«Si se desea tener alguna idea de la ciencia secreta, diríjase el pensamiento al trabajo del agricultor y al del microbiólogo, pues el nuestro está situado bajo la dependencia de condiciones análogas. Pues al igual que la Naturaleza da al cultivador la tierra y el grano, al microbiólogo el agar y la espora, lo mismo suministra al alquimista el terreno metálico apropiado y la semilla conveniente. Si todas las circunstancias favorables a la marcha regular de este cultivo especial se observan rigurosamente, la recolección no podrá dejar de ser abundante…

En resumen, la ciencia Alquímica, de una simplicidad extrema en sus materiales y en su fórmula, sigue siendo, no obstante, la más ingrata y la más oscura de todas, debido al conocimiento exacto de las condiciones requeridas y de las influencias exigidas. Ahí radica su aspecto misterioso, y hacia la solución de este arduo problema convergen los esfuerzos de todos los hijos de Hermes».

–Fulcanelli–
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