Estimado lector:
EL MISTERIO DE LAS INTELIGENCIAS ÍGNEAS EN LOS ÁTOMOS
Los que hemos tratado de estudiar la sagrada doctrina que nos ha legado el V.M. Samael Aun Weor, sabemos que en muchas de sus cátedras él nos ha insistido en la necesidad de la meditación, no solo como medio para lograr la paz en nuestra mente, sino, además, como una fuente de información que el SER pueda querer darnos en un momento cualquiera.
Ciertamente, caro lector, cuando comprendemos esa necesidad le ponemos más atención a eso de MEDITAR y, con perseverancia y tenacidad, poco a poco vamos obteniendo los frutos que nos va dando esa hermosa técnica que llamamos MEDITACIÓN. Como ejemplo de lo que aquí os comento, me resulta grato haceros saber una vivencia que mi bendito REAL SER me permitió experimentar a través de la ciencia de la meditación.
Todos sabemos que cuando hemos sufrido en nuestro cuerpo físico una herida, rasguño, golpe, etc., y hemos tenido inclusive pérdida de nuestra sangre, después de hacernos las curas de rigor hemos de ir aplicando pomadas o tomando medicinas para que, finalmente, aquella herida cicatrice y se acabe nuestro trauma. Empero, una cosa que nos ha sucedido a todos es el hecho de que a medida que la herida deja de estar abierta y se comienza a cerrar, comenzamos todos a sentir una especie de picazón que nos incita a rascarnos, cosa que no debemos hacer justamente para no reabrirla.
Pues un día de tantos, habiendo sufrido un servidor una caída que me dejó una rodilla bastante lastimada, comencé a padecer de los susodichos picores de los que hablo en anteriores renglones… Entonces, como quiera que quería practicar una meditación de rigor, opté por relajarme tratando de no darles importancia a dichos picores y buscando que mi psiquis se fuera igualmente relajando también. Milagrosamente, gracias a la ayuda de mi REAL SER, alcancé a relajarme y a buscar la calma en mi universo mental. Así las cosas, me sucedió algo muy entrañable, simpático y que reviste una enorme importancia porque está ligado a nuestras enseñanzas.
En muchos de sus textos el Patriarca nos habla de que más allá del neutrón, el protón y el electrón del átomo, existen lo que él llama las inteligencias ígneas atómicas. Nos dice entonces nuestro Avatara que son estas inteligencias quienes manejan realmente los átomos y están conectadas con nuestro propio SER. Y nos agrega: «Tales inteligencias ígneas trabajan en lo macrocósmico y en lo microcósmico y siempre estántratando de restaurar nuestro organismo para que funcione». En una ocasión, a este respecto, el Patriarca me dijo: «Has de saber que unos son los Ashim ─inteligencias ígneas─ que tenemos en nuestra mano y otros son los que están en nuestra cara, en nuestra espalda y así sucesivamente»… Y me agregó: «Si los vemos a través de una meditación, son como hombrecillos de fuego que tratan siempre de restaurar nuestro cuerpo, sobre todo después de un accidente que hayamos sufrido».
Pues aquel día que os menciono en párrafos anteriores, lo que me permitió el Padre fue, justamente, ver a cuadrillas enteras de hombrecillos de fuego que ataban células, juntaban unas con otras sin cesar, y entonces llegué a la comprensión de por qué sentimos como fuego que nos pica, picazones extrañas cuando una herida está tratando de cerrarse. Todo aquel picor es por nuestro propio bien, queridos amigos, por increíble y molesto que nos parezca. Es la acción de aquellas cuadrillas de inteligencias ígneas queriendo cerrar nuestras heridas.
Aquella experiencia anímica me demostró, una vez más, que, ciertamente, el fuego es el señor de la creación. El fuego está detrás de todos los fenómenos físicos y metafísicos de la misma naturaleza y del mismísimo universo. Con justa razón el gran filósofo heleno HERÁCLITO llegó a decir: «El mundo no ha sido creado por ningún Dios ─refiriéndose a la costumbre de figurar a Dios como un anciano entre las nubes─, sino por un FUEGO que posee inteligencia propia. Con esa inteligencia ÉL A SÍ MISMO SE ENCIENDE O A SÍ MISMO SE APAGA»… Muy sabias palabras…
En sus cátedras de Alquimia, nuestro V.M. Samael enfatiza que el universo mismo fue producto de una NEBULOSA ALQUÍMICA, a la cual los alquimistas llamaban ARCHÉ CÓSMICO. Tal ARCHÉ era fuego cósmico unido al mercurio cósmico, y de esa mezcla brotó todo lo que hoy podemos con nuestros sentidos ver, olfatear, tocar, palpar, sentir, etc., etc., etc. Esa es la cruda realidad. Estamos hechos de fuego en últimas palabras, y nuestra misma alma es fuego desprendido como una porción de nuestro Padre que está en secreto y por ello nuestra alma es inmortal.
Lamentablemente, en nuestros caóticos días los supuestos galenos de la medicina no dan importancia a estos fenómenos, y si sentimos esa picazón son capaces de aconsejarnos estarnos rascando nuestra piel, con lo cual retrasamos justamente el cierre de la herida. La ignorancia es atrevida, amigos y amigas.
El gran Adepto Fulcanelli nos dice en su obra LAS MORADAS FILOSOFALES lo siguiente:
«El fuego nos envuelve y nos baña por todas partes. Viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra, que son sus conservadores y sus diversos vehículos. Lo encontramos en todo cuanto nos es próximo y lo sentimos actuar en nosotros a lo largo de la entera duración de nuestra existencia terrestre. Nuestro nacimiento es el resultado de su encarnación, nuestra vida el efecto de su dinamismo y nuestra muerte la consecuencia de su desaparición. Prometeo roba el fuego del cielo para animar al hombre que, como Dios, había formado con el limo de la tierra. Vulcano crea a Pandora, la primera mujer, a la que Minerva dota de movimiento insuflándole el fuego vital. Un simple mortal, el escultor Pigmalión, deseoso de desposarse con su propia obra, implora a Venus que anime, por el fuego celeste, su estatua de Galatea. Tratar de descubrir la naturaleza y la esencia del fuego es tratar de descubrir a Dios, cuya presencia real siempre se ha revelado bajo la apariencia ígnea. La zarza ardiente ─Éxodo III, 2─ y el incendio del Sinaí a raíz del otorgamiento del decálogo ─Éxodo XIX, 18─ son dos manifestaciones por las que Dios apareció a Moisés. Y bajo la figura de un Ser de jaspe y sardónice de color de llama, sentado en un trono incandescente y fulgurante, San Juan describe al Dueño del Universo ─Apocalipsis, IV, 3, 5─. «Nuestro Dios es un fuego devorador», escribe San Pablo en su epístola a los hebreos ─cap. XII, 29─. No sin razón, todas las religiones han considerado el fuego como la más clara imagen y el más expresivo emblema de la divinidad»……..
Meditemos, pues, ínclito lector, para irnos acercando cada vez más a los orígenes mismos de la creación y, dentro de ella, poder encontrar también los nuestros.
Permitidme legaros unas frases que acompañen esta lectura:
«Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo».
Voltaire
«Dios es la verdad y a nosotros nos toca descubrirla».
Juan de Muller
«Quien prefiere el paraíso a Dios es un necio».
Mahoma
«Tres cosas conducen a Dios: la música, el amor y la filosofía».
Plotino
«Dios es el comienzo, el medio y el fin».
Platón
AVRO CLAVSA PATENT.
─‘El oro abre las puertas cerradas’─.
KWEN KHAN KHU