Animales sagrados
Animales sagrados

Ageac presenta esta publicación para acercarnos a todos al maravilloso mundo de los animales. Con una presentación de gran belleza, este texto llenará nuestros corazones de comprensiones sobre nuestros hermanos en este planeta azul cargado de las más exóticas y variadas formas de vida.

El lector descubrirá los valores anímicos y simbólicos de múltiples especies y cómo eran consideradas en las antiguas tradiciones. Los pueblos antiguos supieron ver en los reinos elementales la encarnación perfecta de valores trascendentales de la Madre Natura y por eso los emplearon como símbolo de dichas fuerzas que mueven nuestro mundo y nuestras vidas.

Todo eso y mucho más se encuentra explicado en estas letras que llegan a nosotros para despertar partes de nuestro universo anímico y llenarnos de comprensiones al ponernos en contacto con nuestros eternos compañeros de viaje: nuestros hermanos los animales.

HISTORIA

Cuenta la tradición de Namo Buddha que el antiguo rey Maharatha tenía tres hijos varones; los dos mayores lo ayudaban a gobernar el reino mientras que el pequeño era conocido por todos debido a su gran inteligencia y compasión. Este último príncipe bondadoso no era otro que la encarnación anterior de Siddharta Gautama antes de nacer en el cuerpo que sería conocido como Buddha Shakyamuni.

Un día los reyes junto con sus hijos, su corte y ministros decidieron hacer una excursión para disfrutar del sol radiante y del aire apacible de la jornada. La comitiva, tras un hermoso paseo, llegó a un bello bosque donde los pájaros entonaban preciosos cantos y las flores lo inundaban todo. El rey se entusiasmó con el lugar y decidió parar para celebrar un festín donde se comerían manjares y se beberían licores, mientras se cantaban canciones y recitaban poemas para deleite de los presentes.

Los tres príncipes, sin embargo, cogiendo sus arcos y flechas decidieron internarse en el bosque y explorar las inmediaciones. Después de un tiempo llegaron a una cueva donde, para su sorpresa, encontraron una tigresa desvanecida con sus cachorros famélicos llorando al lado. Los dos príncipes mayores, sin pérdida de tiempo, tensaron los arcos apuntando a la maltrecha madre, pero el pequeño príncipe los paró antes de que asestaran el golpe mortal. Con lágrimas de compasión en los ojos preguntó a sus hermanos de qué se alimentaban esas criaturas, con la intención de encontrar sustento que permitiese al animal sobrevivir, a lo que los príncipes respondieron que el tigre rojo indio solo comía la carne y sangre calientes de una muerte reciente. El pequeño príncipe no sabía cómo proceder porque, se decía a sí mismo, el único modo de salvar a esta criatura es cazar a un animal y dárselo como alimento, ¿pero esto no significaría matar a un ser vivo para salvar a otro?

Los hermanos mayores, aburridos de la escena, decidieron irse para encontrar diversión en otra parte, pero el pequeño les pidió que se adelantaran, que pronto los alcanzaría. Una vez solo, el joven reflexionó sobre la utilidad de su vida y el Dharma hasta que tomó una importante decisión. Con paso resuelto se acercó a la tigresa y acarició su cara con dulzura sin respuesta por parte de ella, ya que estaba tan consumida que no conseguía ni abrir la boca. El muchacho miró a su alrededor y, tomando una astilla punzante de un árbol cercano, se hirió en el brazo dejando que su sangre goteara sobre los colmillos del extenuado animal, que comenzó a lamerlo de manera lánguida. No mucho tiempo después, el instinto de la tigresa hizo presencia, por lo que consiguió levantarse y devorar al príncipe. Mientras tanto en el campamento, la reina tuvo un sueño en su siesta donde tres palomas volaban por el cielo pero un halcón se llevaba a la más pequeña. Cuando los hermanos encontraron los restos del príncipe y los llevaron con gran dolor a sus padres, estos cayeron presa de la pena. El joven príncipe despierto en el reino celestial, viendo el desconsuelo de su familia, decidió descender del espacio hasta ellos para sanar sus heridas morales y dijo así:

«Soy el príncipe. Después de dar mi cuerpo en generosidad a la tigresa hambrienta, volví a nacer en el reino celestial de Tushita […]. Por favor, no seáis infelices. Si se realizan malas acciones, caeréis en los reinos infernales, pero si se realizan acciones virtuosas, renaceremos en los reinos superiores. Por lo tanto, perseguid la virtud. Haced plegarias y en la otra vida, definitivamente, os reuniréis en un reino celestial…».

Tras este sacrificio el joven príncipe volvió al Samsara naciendo del vientre de la reina Maya para convertirse en aquel elevado Maestro conocido como Buddha. Esta ha sido la historia sobre cómo salvó de la muerte a una tigresa y a sus cachorros y, por ende, cómo ellos lo salvaron a él.

Que todos los seres puedan tener la felicidad y las causas de la felicidad.
Que puedan estar libres del sufrimiento y de las causas del sufrimiento.
Que jamás se separen de la felicidad que está libre de sufrimiento.
Que puedan permanecer en ecuanimidad, libres de parcialidad, apego y aversión.

–Oración de la tradición Sakya–
0 Comentarios

Contesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*