Muy queridos amigos y amigas:

Con inmenso cariño os narro una anécdota que pienso que os va a gustar:

ANÉCDOTA CON EL V.M. SAMAEL AUN WEOR

Corría el año 1977 y un servidor se hallaba en la ciudad de Nogales, perteneciente al Estado de Sonora. Compartían conmigo esa misión otro instructor y su esposa.

En todo momento, gracias al Padre, quien estas líneas escribe mantuvo contacto con el Avatara de Acuario mediante el uso del teléfono. En aquellos días ya teníamos noticias de que el Venerable Maestro Samael había comenzado a enfermarse y su mal se agudizaba más y más. Un día de tantos, un servidor llamó al Excelso para conversar acerca de temas triviales y aproveché la oportunidad para preguntarle:

─¿Cómo se halla su salud, Maestro Samael?

─Bueno, no muy bien, hermano ─respondió el Avatara─.

─Mire, Maestro, quiero que sepa que hace poco tuve una experiencia astral en la que me mostraban una escultura hecha en vidrio y en la misma hallábase un águila devorándose una serpiente…

─¡Vaya, vaya, hermano, eso lo explica todo! Pues no paro de sentir dolores fortísimos en mi estómago, como si me lo atravesaran con un cuchillo de palo ─añadió el Venerable─…

─¡Ufff, Maestro, eso ha de ser muy doloroso!

─¡Ciertamente, hermano, ciertamente. Pero mi conclusión es que esa águila es mi Padre y esa serpiente soy yo. Todo esto me está diciendo que mi Real Ser está cogiendo los mejores átomos de mi cuerpo físico y de mis cuerpos internos para llevárselos con Él y eso quiere decir que perderé este cuerpo físico.

─¡Caramba, Maestro, eso sería para nosotros, para el estudiantado gnóstico, una tragedia, algo muy terrible!…

─¡Bueno, así están las cosas, hermano; tengo que cooperar con lo inevitable! ─terminó diciendo el bendito Avatara…

Con esta información, tanto el instructor que estaba con mi persona como un servidor nos fuimos inmediatamente al D.F. Mexicano y nos allegamos a la Sede Patriarcal ─casa del M. Samael─.

Una vez allí, tuve la oportunidad de acercarme a la recámara en la que estaba nuestro Gurú en su lecho. Estaba desmejorado. Hacía poco que él había regresado de unas vacaciones que se había tomado en un lugar turístico de México llamado ISLA MUJERES.

Como quiera que el V.M. Samael estaba en terribles condiciones de salud, ya muchos compañeros habían tratado de mejorarle la misma que si con tes de tal o cual hierba, que si con infusiones equis equis, etc., etc., y nada parecía surtir efecto. Viéndolo en tales condiciones, le pedí permiso al Maestro Samael para hacerle un masaje en su espalda, a lo cual el Avatara accedió.

Para mi sorpresa, cuando quise masajear aquella espalda me encontré con una serie de cicatrices que tenían el ancho de un dedo de las manos. Eran cicatrices que iban de arriba abajo. Masajear aquella espalda significaba irse topando con aquellas ondulaciones extrañas. Eran las cicatrices que el padre físico de nuestro Patriarca le había dejado a causa de los azotes que le propinaba en la infancia. Aun así hice lo que pude y el bendito Avatara agradeció aquellos masajes.

Lo curioso de esta durísima situación era que el Maestro Samael, a pesar de hallarse en semejantes circunstancias, no cesaba de estar de buen humor. En un momento determinado se me ocurrió recordarle su pasaje por Venezuela en aquellos tiempos en los cuales él andaba de aquí para allá, de allá para acullá, con su esposa sacerdotisa. Concretamente le pregunté:

─Maestro, ¿cuando usted estuvo en Venezuela escuchó una canción llamada BARLOVENTO que es usualmente cantada por la población negra?

─¡Claro que la recuerdo! ─enfatizó el Maestro Samael, y, para colmo, comenzó a cantarme dicha canción y se la sabía toda, absolutamente toda, de memoria…!; mi persona estaba alucinada…─.

Estimados lectores, os añado la canción que recitó para un servidor el Maestro Samael. He aquí el texto:

Barlovento, Barlovento,
Tierra ardiente y del tambor.
Tierra de las fulías y negras finas,
Que se van de fiesta con sus cinturas prietas,
Al son de la curbeta
Y el taki taki de la mina,
Al son de la curbeta
Y el taki taki de la mina.
Sabroso que mueve el cuerpo
La barloventeña cuando camina,
Sabroso que suena el taki,
Taki, taki, taki, sobre la mina.

Que vengan los conuqueros,
Para el baile de San Juan.
Que vengan los conuqueros,
Para el baile de San Juan.
Que la mina está templada
Para bailar el kiti kita,
Tiki taki taki tikita
El kiti kita,
Tiki taki taki tikita

─¡Vaya, vaya, Maestro, es increíble su memoria!

Entonces el Maestro Samael acotó:

─¿Sabes una cosa? Yo anduve por allá en Maracaibo. En aquellos días había un trenecillo que pasaba por un lugar que llamaban plaza Baralt. Aún deben estar los rieles en el suelo de aquel lugar. ─Lo cual es cierto, caro lector, y añadió:─ ¡En aquella ciudad había un calor infernal! Recuerdo perfectamente que hasta el asfalto se fundía y, mientras uno caminaba, dejaba la huella de sus zapatos en el mismo, lo recuerdo perfectamente!

Mientras el Venerable narraba aquellas travesías a un servidor se le hacía un nudo en la garganta, no lo podía evitar, estimado lector. Acto seguido, para cortar aquellas vivencias tristes de nuestro amado Maestro, opté por querer hacerle un chiste. Mi persona se hallaba de pie cerca de una de las ventanas de la habitación del Patriarca. Desde la misma se podía ver la calle que pasaba por el frente de la casa del Bendito. Acto seguido le dije al Venerable:

─Mire, Maestro, lo que usted tiene que hacer es levantarse de la cama, acercarse a esta ventana y hablarle a una multitud de gnósticos que previamente le habremos reunido allí en la calle, frente a su casa, y decirles: «¡Hermanos, ha llegado la hora de que ustedes sepan quién soy en verdad! ¡No soy Samael, mirad quién soy realmente…». Entonces usted se quita una máscara que le habríamos confeccionado con la forma de su rostro actual y les dice a todos: «¡Soy Adolf Hitler!», y levanta la mano derecha y los saluda: «¡Heil Hitler, Heil Hitler, Heil Hitler…!». ¿Qué le parece, Maestro?

El Venerable, que había estado siguiendo muy atentamente mis palabras y con los ojos muy abiertos, exclamó:

─¡¡WOW!! ¡Y todo el mundo a correr! ¡No quedaría nadie, nadie, nadie; todos saldrían espantados! ─a la par que se carcajeaba…

Si os comento todas estas cosas, amigos y amigas, es para que tengamos una visión completa de un gigante espiritual que hemos tenido entre nosotros, que SABÍA ESTAR adecuadamente en todo momento. Cuando dictaba doctrina era MUY SERIO, pero en la vida de todos los días era una persona entrañable, jocosa, simpática, etc., etc., etc.,

Cuando terminé aquellos momentos lo hice porque el Dr. L. subía, entonces, las escaleras que daban a la habitación de nuestro amado Maestro llevando en su mano la jeringa que inyectaría al cuerpo del Avatara MORFINA para paliar el dolor que lo azotaba en medio de aquella espantosa crisis…

Permitidme ahora dejaros unas frases propias para acompañar esta anécdota, veamos:

«Se puede sonreír y sonreír a todas horas, y ser un mal aventurado».
Shakespeare

«Sufre con paciencia por Dios pobreza, enfermedad, trabajos y afrentas, y quedarás premiado».
Santa Teresa

«Nos buscamos en la felicidad, mas solo nos hallamos en el sufrimiento».
Henry Bataille

«Sufrimos más a medida que más amamos. La suma de los dolores posibles para cada alma es proporcional a su grado de perfección».
Amiel

«Sufre las adversidades para que te moderes en las felicidades».
Proverbio castellano

«MUCHAS PALABRAS NO INDICAN MUCHA SABIDURÍA».
Tales de Mileto

KWEN KHAN KHU

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